Tarta de nueces |
Era una fría tarde de invierno. Trusky y sus amiguitos, estaban sentados frente a la acogedora chimenea. –¿Cuándo nos vas a hacer tarta de nueces? –preguntó de pronto Tragón mirando a Trusky, con cara de no haber roto nunca un plato. –No tenemos nueces. Lo siento –se excusó Trusky. Os haré tarta de... –Si no tenemos nueces podemos ir paseando a por ellas al Reino de los Nogales –interrumpió Tragón que no quería tarta de otro tipo. –Tragón... –comenzó a explicarle Trusky. Es invierno. Hace mucho frío y el cielo amenaza con una gran tormenta. Tal vez nieve. No es una buena idea ir al Reino de los Nogales. Quizá, cuando mejore un poco el tiempo... Tragón se tumbó en el suelo. El hocico pegado al frío suelo, las grandes orejotas también, la mirada triste, perdida... Era la viva estampa de la desolación. –Podemos ir cuando llegue el verano. Podríamos hacer una bonita excursión –propuso la gatita Flafy. Tragón gruñó. ¿Qué decía Flafy? ¿Esperar? ¡Grrrr! –Las nueces son fruto de invierno –corrigió Trusky a la gatita. Tragón se levantó raudo. –Pues entonces tenemos que ir ahora que es invierno o nos quedamos sin tarta. ¿Cuándo nos vamos? –preguntó expectante Tragón. –Podemos ir mañana por la mañana. Tendremos todo el día para coger nueces y pasear por el Bosque Mágico –propuso el gatito Flufy. Trusky no estaba convencida de que fuera buena idea. Movía la cabeza de un lado a otro mientras pensaba. –Di que sí, por favor –suplicaba zalamero Tragón. Di que mañana vamos a coger nueces – pidió Tragón brincando. –¿Tanta gana tienes de tarta de nueces? –preguntó la gatita Flafy. –Sí, mucha, mucha... –respondió Tragón relamiéndose. Inmensa. Tan grande como de aquí a la Luna. No –corrigió Tragón. Tan grande como de aquí a... –Vale, vale... ¿Y si pedimos ayuda a los animalitos del Bosque Mágico –le interrumpió Flafy riendo. –No debemos molestar a nadie, pidiendo ayuda, por algo que podemos hacer nosotros –respondió Trusky convencida. –¿Eso es un sí? –preguntó vivaracho Tragón. –Pues... –comenzó Trusky a responder sin saber muy bien qué hacer. –Seré bueno. No haré travesuras. Comeré todo lo que me des sin protestar. Iré pronto a la cama y... –decía Tragón con énfasis tratando de convencer a su amiguita. Flufy y Flafy miraban la escena con cara de asombro. ¡Sí que tenía gana de tarta de nueces! ¿Tragón sin hacer travesuras, sin protestar por la comida...? ¡Hum! Trusky no pudo evitar sonreír. Tragón era un diablillo, siempre la hacía reír con sus ocurrencias. A la mañana siguiente... Trusky y sus amiguitos emprendieron camino al Reino de los Nogales. Hacía frío. Trusky miraba al cielo y veía enormes nubarrones que amenazaban lluvia. Esperaba volver a casa pronto, antes de que oscureciera. Tragón iba feliz. Los gatitos Flufy y Flafy, no tanto. Tenían frío y no les gustaba la lluvia. De pronto, un gran trueno se oyó muy cerca. Tragón brincó del susto. –¿Qué ha sido ese ruido? –preguntó asustado Tragón cogiéndose muy fuerte la orejotas y buscando refugio entre los pies de Trusky. –La tormenta está muy cerca. Va a llover y creo que no tardando mucho –dijo Trusky preocupada y asustada. –Estamos muy cerca del Reino de las Cuevas. Corramos hacia allí y podremos refugiarnos de la lluvia –propuso Flufy. –¿Y si damos la vuelta y volvemos a casa? –preguntó rascándose la cabezota Tragón que ya no estaba tan seguro de que ir a coger nueces fuese una buena idea. –Podemos refugiarnos bajo un árbol –opinó la gatita Flafy. Son frondosos, sus hojas nos resguardarán de la lluvia. –Cuando hay tormenta nunca debes guarecerte bajo un árbol porque atraen a los rayos –explicó Trusky. Flufy tiene razón. Lo mejor es ir hacia el Reino de las Cuevas y esperar a que la lluvia amaine. Trusky metió a los gatitos en la mochila y continuaron caminado. Al fondo, muy cerca, se veía el Reino de las Cuevas. Mientras tanto, en otro lugar del Bosque Mágico... –Iré a visitar a Trusky. El invierno es duro. Me aseguraré de que tienen leña para calentar la casa –se despidió el Sabio Rana de la Rana Bartola. Después de un corto paseo... –¡Truskyyyy! –llamaba el Sabio Rana. ¡Tragooooón! La puerta de la cabaña estaba cerrada. Trusky no respondía. De Tragón no había rastro. Flufy y Flafy... –¡Hum! Qué extraño... –murmuró el Sabio Rana. –Trusky no está –dijo el cuervo Respondón desde lo alto de un árbol. –¿Y a dónde ha ido? –preguntó extrañado el Sabio Rana mirando hacia lo alto del árbol y reconociendo al cuervo Respondón. –No lo sé –respondió el cuervo Respondón. Sé que no está porque se ha ido de excursión con sus amiguitos. –¿Excursión? –repitió alarmado el Sabio Rana. Hace muy mal tiempo para hacer una excursión. No puede ser. ¿Estás seguro? –Sí –dijo el cuervo Respondón afirmando con la cabecita de arriba a abajo. –¿Y por qué querrían hacer una excursión con el frío que hace? –preguntó sin entender el Sabio Rana. –Porque Tragón quería una tarta –respondió el cuervo. –¡Oh! Ya voy entendiendo –exclamó el Sabio Rana. Han ido a coger algo para hacer una tarta, ¿es así? –Sí –fue la escueta respuesta del cuervo Respondón. –Entonces no estarán lejos. Si han ido a por moras, o manzanas, o... –dijo el Sabio Rana esperando a que el cuervo Respondón le confirmara si había sido así. Pero el cuervo Respondón no dijo nada. El Sabio Rana esperó paciente. El cuervo Respondón guardaba silencio. El Sabio Rana perdía la paciencia. El cuervo Respondón continuaba sin decir nada. –¿No me vas a decir nada? –protestó enfadado el Sabio Rana. –No me has hecho ninguna pregunta –se quejó Respondón. Pregunta, respuesta. Pregunta, respuesta... –pensaba el Sabio Rana. –¿Fueron a por manzanas? –preguntó el Sabio Rana. –No. –¿Fueron a por moras? –No. El Sabio Rana pensaba. ¿Qué Reinos estaban cerca de allí? –¿Fueron a por naranjas? –No. ¿Por qué no me preguntas qué han ido a buscar? –preguntó travieso el cuervo Respondón. –Pero si lo sabes, ¿por qué no me lo dices? –refunfuñó molesto el Sabio Rana. –Porque no me lo has preguntado –fue la simple respuesta del cuervo Respondón. El Sabio Rana resopló. El cuervo Respondón estaba acabando con su paciencia. Respiró profundamente. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... y diez. –¿Qué han ido a buscar? –preguntó al fin el Sabio Rana tratando de mantener la calma. –Nueces. –¡No! –exclamó el Sabio Rana. –¡Sí! –insistió el cuervo Respondón. –No puede ser. –Sí puede ser. –Pero... –balbuceó el Sabio Rana. –Nueces. Tragón quería tarta de nueces. Y a por ellas han ido –insistió el pequeño cuervo. Tan enfrascados estaban en la conversación, que ni cuenta se dieron que había comenzado a llover a cántaros. –El Reino de los Nogales está lejos. Llueve mucho y hace frío. No es un buen día para andar solos por el Bosque Mágico. Tenemos que buscarlos. ¿Me ayudas? –preguntó preocupado el Sabio Rana. –Sí. ¿Qué tengo que hacer? –respondió el cuervo Respondón. El Sabio Rana no supo qué responder. ¿Qué tenían que hacer? –Veamos... –fue la respuesta del Sabio Rana mientras trataba de pensar. –Lo primero es saber dónde están, y para saberlo hay que buscarlos –dijo el águila Agudavista que les había escuchado desde el principio, bajando de un alto árbol hasta el suelo. –Pero los animalitos están en sus refugios a salvo de la tormenta. Estamos solos –reflexionó el Sabio Rana. –Mis amigas las águilas nos ayudarán. Sobrevolaremos el camino hasta el Reino de los Nogales. En algún sitio tienen que estar. Seguro que les encontraremos –dijo el águila Agudavista alzando el vuelo sin esperar respuesta. Mientras tanto, en el Reino de las Cuevas... Trusky cobijaba a sus amiguitos bajo su abrigo. No tardaría mucho en caer la tarde y se haría de noche y no dejaba de llover torrencialmente. Sabía que tenían que irse, pero la tormenta le daba mucho miedo. Flufy y Flafy, guardaban silencio. Tragón se revolvía inquieto. Esto no va bien, pensaba una y otra vez. De pronto... Tragón dio un salto y corrió al exterior de la cueva. ¿Qué había oído? Levantaba las orejotas, firmes y tiesas, las movía de un lado a otro tratando de oír. – Truskyyyyyyyy... –escuchó a lo lejos. Corrió al interior de la cueva. –Trusky, alguien te llama –dijo Tragón con asombro. Trusky se levantó y salió de la cueva. Llovía mucho pero esperó bajo la lluvia. ¿Los estaban buscando? ¿Quién? –Truskyyyyyyy... –escuchó la niña. Alzó la mirada al cielo. Un enorme escuadrón de águilas revoloteaba sobre su cabeza. El águila Agudavista la vio. –Están refugiados en esa cueva. Los hemos encontrado –dijo el águila Agudavista a sus amigas águilas. Las águilas descendieron. –Subid sobre nosotras, os llevaremos a casa –dijo el águila Agudavista. Os mojaréis un poco pero el regreso será rápido y pronto podréis secaros. –¡No! Yo no subo –dijo Tragón con miedo a volar reculando hacia el interior de la cueva. –Tragón, estamos empapados, no podemos esperar más –le reprendió Trusky. Por favor, haz lo que te dicen y cógete muy fuerte o te caerás. –A regañadientes Tragón de un brinco subió a lomos de un águila. Las águilas emprendieron el vuelo. Volaban alto, alto... –¿Hace falta que vueles tan alto? –preguntó temblando Tragón. El águila no respondió. –Llegaríamos igual si fueras caminando por el suelo –insistió Tragón dando saltitos. ¿Quieres que probemos? El águila continuó en silencio. –Sería menos peligroso si... –decía Tragón sin controlar el miedo. –Si continúas hablando, te bajo y te dejo aquí –le interrumpió sin contemplaciones el águila. Tragón enmudeció. El águila se había enfadado. ¿Por qué? ¿Qué he hecho? ¿Qué he dicho? ¿No puedo hablar? –pensaba enfurruñado y tercamente Tragón. No tardaron en llegar a casa. El Sabio Rana les esperaba. Su cara era seria pero no decía nada. –Sabio Rana... –comenzó a decir Trusky. –Ahora no, Trusky. Entrad en casa, secaos, poned ropa seca y luego hablamos –la interrumpió el Sabio Rana. Trusky estaba disgustada. Sabía que había cometido un error y que el Sabio Rana estaba enfadado con razón. Tragón vio los ojos llorosos de su amiguita. ¿Trusky a punto de llorar? Él no podía ver a Trusky así. Le daba mucha pena y además todo ocurrió por su culpa, por ser un perro travieso, y goloso, y egoísta, y... El Sabio Rana les esperaba. –Ha sido culpa mía –dijo Tragón corriendo hasta el Sabio Rana. Quería tarta de nueces y... –Y también ha sido culpa nuestra, lo sentimos mucho Sabio Rana –dijo el gatito Flufy ya seco. –Me teníais muy preocupado –dijo el Sabio Rana. En esta época no es aconsejable internarse solos en el Bosque Mágico. Las tormentas, la nieve... Trusky escuchaba al Sabio Rana. Estaba triste. No hubiera querido preocuparle. –Lo siento mucho Sabio Rana. Ha sido culpa mía. Sólo quería nueces para hacer una tarta y... –se disculpó Trusky muy triste. ¿Me perdonas? –¿Por qué no has pedido ayuda? –quiso saber el Sabio Rana. –No quería molestar. Pensé que podría hacerlo sola y... –Los amigos están para ayudar, aconsejar... –dijo enternecido el Sabio Rana. Trusky, tienes que aprender dos cosas muy importantes: Una es a decir que no. Por mucho que queramos a nuestros amigos, a veces y por su bien, no debemos acceder a lo que nos piden. Y la otra, es que tienes que aprender a pedir ayuda. No es ninguna molestia para quienes te quieren. Al contrario, lo que hace pupa, es que no recurras a tus amigos cuando lo necesitas. Trusky le escuchaba en silencio. Tragón le lamía las manos, tratando de consolarla. –¿Me das tu palabra de que pensarás en lo que te he dicho? –dijo el Sabio Rana ya con voz dulce. Sabía que era necesario regañar a sus amigos, pero estaba seguro de que le escucharían y que no volvería a repetirse lo ocurrido. –Sí –susurró Trusky arrepentida y triste por el susto que le había dado a Sabio Rana. –Nosotros estamos muy arrepentidos, Sabio Rana –dijo el gatito Flufy. –Yo también –dijo cabizbajo Tragón. Y para demostrártelo, ya no quiero tarta de nueces... Bueno... –dudó Tragón rascándose la cabezota. Sí quiero, pero no la voy a comer porque no la merezco. –¡Oh! ¡Qué lástima! –se lamentó burlón el águila Agudavista apareciendo con la mochila de Trusky. ¿Lástima? ¿Por qué? ¿Qué me he perdido? –pensaba Tragón sin entender nada. –Las ardillas se han enterado de lo sucedido y han llenado la mochila de nueces para que podáis hacer muchas tartas. Todos rompieron en una gran risotada. Todos... menos Tragón. |
FIN |
C. Sánchez - 2013 |