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Un bonito día de primavera...
Trusky y Tragón, jugaban en el Estanque de los Cisnes Cuelloazul.
De pronto...
–¡Cua! ¡Cua!...
Todos se quedaron callados, ¿quién se acercaba?
–¡Cua! ¡Cua ¡Cua!... –se oía cada vez más cerca.
–¡Allí! –señaló Tragón.
–¡Un patito! –exclamaron los Cisnes Cuelloazul.
El patito se acercaba... Corría torpemente por la hierba...
–¡Cua! ¡Cua, cua, cua...!
El patito había visto el Estanque de los Cisnes Cuelloazul,
y corría,
y corría...
–¡Cua, cua, cua, cua...! –llamaba sin cesar.
Por fin...
–¡Hola! Soy Satur –dijo el patito sin respiración.
Tomó aire y...
–¿Queréis ser mis papás? –preguntó a los Cisnes Cuelloazul.
–¿Tú no tienes papá y mamá? –preguntó Blanquito, el Cisne Cuelloazul peque de la familia.
–Sí, pero no sé donde están –respondió el patito. ¡Estoy perdido!
–¿Te has escapado del Estanque de los Patos Patosos? –preguntó Tragón.
–¡Noooooo! –respondió Satur. Es que, cuando yo aún estaba dentro
del huevo, me
movía mucho, mucho, mucho... y
entonces, el huevo empezó a rodar, y a rodar... y se cayó lejos del nido, y cuando salí del cascarón, busqué a mis papás,y como no estaban,empecé a caminar, y caminar... y atravesé el Reino de las Lagartijas, y luego, el Reino de Nadie, y.... ahora, ¡estoy aquí!
¿Queréis ser mis papás? –preguntó mirando a los Cisnes Cuelloazul con los ojitos muy abiertos.
Los Cisnes Cuelloazul, no sabían que hacer, así que se reunieron
dentro del Estanque, formaron un círculo, juntaron las cabezas,
y
deliberaron.
–Cisnes Cuelloazul, ¿queréis ser mis papás? –preguntó de nuevo el pequeño Satur.
–Estamos pensando –contestó papá Cisne Cuelloazul.
Después de una larga, larga deliberación...
–Hemos decidido que te quedarás con nosotros hasta que puedas volver a tu casa –dijo Blanquito.
–¿Y cuándo podré volver? –preguntó el patito Satur.
–Cuando sepas volar –dijo papá Cisne Cuelloazul.
–¿Y qué hay que hacer para volar? –preguntó inquieto Satur.
–Mover muy fuerte y muy rápido las alitas –respondió
Trusky.
Mucho, mucho más tarde...
–¡Ya no puedo más y aún no sé volar! Muevo y muevo las alas y no consigo volar –se lamentaba Satur.
–¡Oh! No llores, Satur –le dijo cariñosamente mamá Cisne Cuelloazul. Aprenderás a volar, has de tener paciencia.
Trusky miraba la escena y pensaba en la
manera de enseñar a Satur a volar.
–Tengo una idea –dijo por fin Trusky. Tienes que correr muy, muy rápido y mientras corres, agitar las alas.
Y Satur, que quería volver al Estanque de
los Patos Patosos,
comenzó a correr, y a correr, y a agitar las alas...
Mucho, mucho tiempo después...
Satur estaba sin fuerzas de tanto correr y se refugió bajo las
plumas de mamá Cisne Cuelloazul. ¡Estaba cansado y triste!
–¡Ya lo sé! –dijo Blanquito muy contento. Tienes que correr dentro del agua, así será más fácil.
Y allá se fue Satur, de cabeza al agua.
Y otra vez a correr y a
correr...
Pero no levantó el vuelo.
Ya caía la noche. Mamá Cisne Cuelloazul, les llamó a dormir.
–Blanquito, Satur, es muy tarde, acurrucaos bajo mis alas y a dormir. Mañana seguiremos intentándolo.
Trusky y Tragón se despidieron de sus amiguitos y emprendieron
el
camino a casa.
Al día siguiente...
–¡Baja de ahí, Satur! –pidió mamá Cisne Cuelloazul.
–¡No! –contestó Satur tercamente.
–Baja. No podrás volar –insistió Mamá Cisne Cuelloazul preocupada.
–¡No! –respondió Satur nuevamente, moviendo la cabeza de un lado a otro.
Trusky y Tragón ya estaban cerca y cuando llegaron al
Estanque...
–Pero... ¿qué haces subido en ese árbol? Te vas a caer –dijo Trusky sin entender lo que pasaba.
Tragón miraba curioso la escena, nunca había visto un pato
subido
a un árbol.
–No me caeré –respondió Satur. Me he fijado en los pajaritos y ellos se dejan caer de las ramas de los árboles y vuelan.
–Pero tú no eres un pájaro –le explicó Tragón.
–Pero tengo alas, y si ellos vuelan, yo también podré volar –protestó Satur.
Todos quedaron en silencio.
Miraban a Satur,
callaban y esperaban...
Satur les miraba desde lo alto...
Sabía
que tenían razón.
Al rato...
–Vale, pero... no sé bajar, me da miedo –dijo poniendo pucheros el patito Satur.
–No te muevas, yo subiré a por ti –dijo Trusky.
Y Trusky subió por las ramas del árbol con mucho cuidado y rescató
a Satur, el patito.
–¡Oh! ¡Qué susto! –suspiró mamá Cisne Cuelloazul.
Satur, se acurrucó contra ella, le daba besitos...
–¿Me perdonas, mamá Cisne Cuelloazul?
Mamá iba a responderle, cuando...
–Satur, ¿tú me tienes miedo? –preguntó Tragón.
–No –respondió Satur riendo.
–¡Hummm! –exclamó pensativo Tragón.
–¿Ni un poquito? –insistió ceñudo Tragón.
–Pues... no –dijo entre risas Satur.
–Eso no puede ser. Tienes que tener miedo de mí, así, yo correré detrás de ti en el Estanque, y tú correrás muy, muy deprisa, y... agitarás las alas, y quizá... –explicaba Tragón.
–¡Vale! –exclamó Satur contento. Asústame. Grúñeme un poco.
–¡Grrrrrrr!
–gruñó Tragón.
–¡Qué miedoooooo! –se reía Satur.
–¡GRRRRRRRRRRRRR! –gruñó Tragón más fuerte.
–¡Vale, vale! Ya te tengo miedo –dijo Satur tapándose los ojos con sus alitas.
–Pues al agua y a correr. ¡Vamos!
–exclamó Tragón todo lo fiero que la risa le permitía.
Tragón nadaba detrás de Satur, gruñéndole y ladrando,
y Satur, el
patito, corría, y corría,
y agitaba las alas..., y de pronto...
–¡Ha volado un poquito! –exclamaron todos muy contentos.¡Bieeeeeeen!
Y Satur y Tragón, seguían intentándolo, una vez,
y otra, y
otra...
Hasta que un buen día...
–Mamá Cisne Cuelloazul, ya sé volar –le dijo bajito Satur.
–Quieres ir a tu casa, con tus papás
Patos Patosos, ¿verdad?
–dijo comprensiva mamá Cisne Cuelloazul.
–Sí –respondió Satur, triste y contento a la vez.
–Ten mucho cuidado por el camino, y cuando llegues al Estanque de los Patos Patosos y encuentres a tus papás, grita con todas tus fuerzas para que te oigamos. Así:
¡CUAAAAAAAAAAAAAAAAA!
Así sabremos que has llegado a casa –se despidió mamá Cisne Cuelloazul.
Satur, el patito, se despidió de todos, de papá Cisne Cuelloazul,
de
mamá Cisne Cuelloazul, de Blanquito, de Tragón...
–Trusky, ¿iréis alguna vez al Estanque de los Patos Patosos? –preguntó Satur.
–Haremos una excursión y conocerás a mis gatitos Flufy y
Flafy –respondió Trusky risueña.
Y Satur, se zambulló en el Estanque, cogió carrerilla... y alzó
el
vuelo
hacia su casa, el Estanque de los Patos Patosos.
Ya caía la noche, cuando...
En el Estanque de los Cisnes Cuelloazul, se oyó:
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