El Manantial Mágico |
Aquella tarde, todos los animalitos del Bosque Mágico se habían reunido al pie del río Cristalino. Trusky y sus amiguitos, Tragón, Flufy y Flafy, también acudieron. Todos estaban muy inquietos. Su río Cristalino, de aguas puras y limpias, ya no era el mismo. –En las ciudades, vierten agua sucia y contaminada a nuestros ríos y al mar –decía el cangrejo Gordejo muy apenado. –Pero nosotros no podemos evitarlo –dijo un pequeño cervatillo. Si los seres humanos no toman conciencia de que hay que respetar y cuidar la naturaleza, estamos perdidos. El Sabio Rana pensaba. Si no hacían algo, su bosque sufriría y con él, todos sus habitantes. –Podemos lavar el agua del río –propuso Tragón alzando tímidamente una patita. –Tragón, esto es muy serio. Deja de jugar y piensa –le reprendió un pequeño conejo. Tragón avergonzado, miró con los ojos muy abiertos al conejo, cogiéndose los mofletes. –Sólo quería ayudar –murmuró Tragón bajito mientras se refugiaba en los brazos de Trusky, quien le acarició cariñosamente la cabezota. –Lavar el agua, lavar el agua... –repetía una y otra vez el Sabio Rana frotándose la barbilla. Todos observaban al Sabio Rana. ¿Qué idea bullía en su cabeza? –¡Claro! ¡Eso es! ¿Cómo no me he acordado antes? –exclamó el Sabio Rana dando brincos de alegría. Todos guardaron silencio. ¿Había esperanza para el Bosque Mágico? –¡El Manantial Mágico! –dijo el Sabio Rana. ¿Sabéis de lo que hablo? Todos negaron con la cabeza mientras miraban asombrados al Sabio Rana. –Una sóla gota de agua de ese manantial tiene el poder de limpiar ríos y océanos. Se llama Manantial Mágico porque ¡es mágico! –explicó feliz el Sabio Rana a sus amiguitos. –Entonces... –titubeó Trusky, ¿podemos ir al Manantial Mágico y coger un poco de su agua? –Pues... –carraspeó el Sabio Rana. –¿Sí? –preguntó impaciente la Rana Bartola que estaba muy preocupada por el futuro del bosque. El Sabio Rana, inquieto, miraba a sus amiguitos. ¿Cómo explicarles que...? ¡Uff! –¿Qué ocurre Sabio Rana? –preguntó Trusky extrañada. –Veréis... –comenzó el Sabio Rana. El Manantial Mágico está muy, muy lejos de aquí. –Nos organizaremos y aunque tardemos un poco, llegaremos a él –dijo convencido el caracol Col. –Nosotros somos muy veloces y fuertes –exclamó el reno Nor. Podemos recorrer grandes distancias en poco tiempo. –Veréis... –repitió el Sabio Rana. El camino hasta el Manantial Mágico es largo y difícil. Ríos de aguas bravas difíciles de cruzar, montañas imposibles de escalar... El Manantial Mágico es un tesoro muy valioso para el Bosque Mágico, por eso está muy protegido por la propia naturaleza y por los habitantes de esas latitudes, tanto que sólo un intrépido y valiente héroe podría superar todos los obstáculos y llegar hasta él. –¿Entonces, es imposible llegar al Manantial Mágico? –preguntó la gatita Flafy con vocecita triste. El Sabio Rana les miraba y callaba. El miedo se empezaba a reflejar en las caras de sus amigos. Mientras tanto... Tragón soñaba despierto. Se veía caminando por pedregosos caminos, atravesando a nado con sus enormes orejotas, inmensos lagos; escalando rocosas y empinadas montañas... Una aventura increíble, apasionante... Y por fin... Conseguir el tan ansiado y valioso agua del Manantial Mágico. Sus amigos le aclamaban. ¡Eres nuestro héroe!, le vitoreaban. ¡El Bosque Mágico está salvado! ¡Viva Tragón! ¡Hurra! Entre vítores y aplausos le entregaron su premio, unos ricos y exquisitos huesos de chocolate. ¡Huesos de chocolate!, se relamía goloso Tragón. Impaciente, dio un paso hacia adelante... –¡Tragón ha dado un paso al frente! –exclamó el Sabio Rana con admiración y sorpresa. Un atronador ¡Hurra! se oyó en el Bosque Mágico. Era tal la algarabía, que Tragón despertó de su ensoñación. ¡Viva Tragón! –escuchó Tragón sin entender. ¡Tragón es un valentón! –oyó que canturreaban sus amigos. –Gracias a Tragón salvaremos el Bosque Mágico –dijo feliz el Sabio Rana. –¿Eh? ¿Cómo? –murmuraba Tragón aturdido y comprendiendo de pronto lo que ocurría. No puede ser, pensaba tirándose de las orejotas. Inquieto, dio un paso al frente, con el rabo entre las piernas, las orejas gachas y moviendo sus patas a modo de negativa. –No, no, no, no... Un momento –imploraba con cara de susto Tragón. –Oh, no seas modesto Tragón –dijo el Sabio Rana acariciándole la cabezota. Has sido muy valiente y todos estamos muy orgullosos de ti. –Pe... pe... pe... pero es que... yo... –tartamudeaba Tragón sin conseguir articular una palabra. ¡Ayssss!, suspiró Tragón. –Trusky, yo... –intentó explicar Tragón. Es que... –¿Tendrás mucho, mucho cuidado? –le interrumpió Trusky con carita triste. Tragón, incrédulo, miró a la niña, miró a sus amigos, al Sabio Rana... No puede ser real, estoy soñando. Se pellizcaba los mofletes queriendo despertar de un mal sueño. Pero... no soñaba. ¿Y ahora qué hago? –pensó Tragón. –¡Aysssssss! –suspiraba Tragón una y otra vez con los morritos apretados y los ojos muy abiertos. –El camino es largo, debes emprender la marcha –dijo el Sabio Rana. Camina hacia el norte, es todo lo que sé. –¡Adiós! ¡Cuídate mucho! –le despedían sus amigos. Con una pequeña cantimplora al hombro, Tragón comenzó a caminar. De pronto... –¡Noooooo! ¡No! Por ahí no. ¡Al norte! –gritaban sus amigos. Tragón giró la cabeza desconcertado. ¿Al norte? ¿Dónde está el norte? –pensaba totalmente desorientado. –¡Gira a la izquierda! –indicó el Sabio Rana. Tragón giró a la izquierda y volvió a mirar a sus amiguitos. –¿Y ahora qué? –preguntó despistado. –Ahora continúa en línea recta hasta llegar al Reino de los Caracoles. ¡Buena suerte! –se despidió el Sabio Rana. Tras una larga caminata... –Hola –saludó un simpático caracol. –Hola –respondió Tragón. ¿Éste es el Reino de los Caracoles? –Nos han llegado noticias de que un intrépido y valiente perrito se dirige hacia el Manantial Mágico. ¿Eres tú ese perrito? –fue la respuesta del caracol. Por un momento, Tragón se irguió orgulloso, pero... –Soy ese perrito pero no soy valiente –dijo Tragón avergonzado. –¡Hum! –murmuró el caracol. Veamos... Este es el Reino de los caracoles. Debes atravesarlo. No tardarás mucho, nuestro Reino es pequeño. Al final del camino verás una enome montaña. Es la Montaña Solitaria. Dirígete a ella. –Gracias caracol, pero ¿cómo atravieso vuestro Reino sin pisaros? Sois muchos –preguntó Tragón preocupado. El caracol pensaba... –Yo puedo ayudarte –se oyó una vocecilla desde lo alto de un árbol. Tan concentrados estaban pensando Tragón y el caracol, que ambos dieron un brinco asustados. ¿Quién había hablado? –se preguntaban mirando hacia lo alto. –Puedo atravesar el Reino de los Caracoles de rama en rama, sin pisar el suelo –oyeron de nuevo Tragón y el caracol. –¡Pero si es el pequeño mono Min! –exclamó contento el caracol. Tragón, con las orejas en alto, miraba atentamente al mono Min. Su intuición le decía que no iba a gustarle la solución que proponía. –¿Te atreves? –preguntó, travieso, el mono Min a Tragón. –¿A qué? –respondió con el ceño fruncido Tragón sin fiarse mucho. –Oh, claro que se atreve –respondió el caracol. Todos necesitamos agua limpia en nuestros ríos. ¿Verdad Tragón? Tragón agachó las orejas. Con la mirada lastimera y un hilo de voz... –¿Qué tengo que hacer? –preguntó resignado Tragón. –Súbete a mi espalda y agárrate muy fuerte. Saltaremos de rama en rama. Será muy divertido –explicó el mono Min. ¿Divertido? A Tragón no le pareció nada divertida la idea, pero... El mono Min volaba de rama en rama. Tragón, apenas le dejaba respirar de tan fuerte como se agarraba a su cuello. Un árbol, y otro, y otro... –Me mareo –dijo Tragón temblando de miedo. ¿Puedes ir un poco más despacio por favor? –pidió miedoso Tragón. El mono Min frenó un poco su marcha. –Un poco más lento –volvió a pedir Tragón asustado. –¿Más lento? –protestó el mono Min. –Es que vamos a chocar contra un árbol y... –se quejó Tragón tan bajito que apenas se le oía. –Así no vamos a llegar nunca al final del Reino de los Caracoles –protestó el mono Min parándose en seco. Cierra los ojos, cógete muy fuerte y no digas nada –ordenó enfadado. Tragón supo que no tenía escapatoria. Obedeció y... Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete... –contaba Tragón tratando de distraerse para no pensar. Después de una interminable carrera de árbol en árbol... –¡Hala! Ya hemos llegado. Puedes bajar –dijo contento el mono Min. Por toda respuesta, el silencio. –Tragón, ¿me has escuchado? –preguntó el mono Min. El silencio continuó. –¡Tragón! ¿Qué te ocurre? –insistió el mono Min. Baja. Ya hemos atravesado el Reino de los Caracoles. Tragón movió enérgicamente la cabeza de un lado a otro. –Baja de una vez –pidió pacientemente el mono Min. –No –respondió Tragón tembloroso. –O bajas o te bajo –dijo enojado el mono Min. A regañadientes, Tragón saltó al suelo. Le temblaban las piernas, los mofletes, las orejotas... –Gracias mono Min –dijo Tragón aún sin reponerse del susto. –Mira al frente, a lo lejos, ¿qué ves? –preguntó embelesado el mono Min. Tragón daba vueltas sobre si mismo, mirando a lo lejos sin saber que era lo que tenía que ver. –¡Para! ¡Para! –dijo riendo el mono Min. Tragón, mareado de tantas vueltas, paró en seco. Por fin... –¡Oh! ¡Qué montaña tan grande! –exclamó Tragón asombrado. –¡La Montaña Solitaria! –explicó el mono Min. Tras ella, está el Manantial Mágico. –Entonces, ¡ya estoy cerca! ¡Hurra! –exclamó Tragón comenzando a correr, impetuoso, hacia la enorme montaña. El mono Min trató de detenerlo. El camino no era tan fácil. –¡Tragoooooón! –llamó el mono Min. Pero Tragón, ya no le oía. Estaba lejos, muy lejos. Ya caía el sol, cuando... Tragón frenó en seco su carrera. ¿Qué era aquello que le cortaba el paso? ¿Un río? Perplejo, miró a la derecha, a la izquierda, al frente... –Agua. Solo veo agua, y a mí el agua me da mucho miedo –murmuró Tragón preocupado y asustado rascándose la cabezota. Tragón, despacito, se acercó al río. Un pasito, y otro, y otro... Era muy ancho y con un gran caudal. –Y ahora, ¿qué hago? –pensaba Tragón triste. Tumbado en la hierba, con la cabeza sobre las patas delanteras, miraba el río y pensaba. Nunca conseguiría llegar al Manantial Mágico y el Río Cristalino no se curaría, y si el Río Cristalino no tenía agua limpia y pura, el Bosque Mágico enfermaría, y... –Es muy peligroso cruzar el río. Es muy profundo y su agua baja con mucha fuerza –interrumpió sus pensamientos una vocecilla. Tragón, asustado, vio frente a si, una pequeña tortuga. –Soy la tortuga Huga –se presentó la pequeña tortuga. ¿Y tú eres...? –Me llamo Tragón y tengo que atravesar el río –respondió Tragón mirando obstinado el río. –¡Así que eres tú! –exclamó asombrada la tortuga Huga. Te esperábamos. Este es el río Grande, sus aguas son bravas y peligrosas, pero nosotros te ayudaremos a cruzarlo –dijo feliz la pequeña tortuga. Tragón frunció el ceño. ¿Te ayudaremos?–, había dicho la tortuga Huga. ¿Quién? ¿Cómo? –pensaba Tragón enfurruñado. Allí había mucha agua y a él, le daba miedo el agua. –¿Hay algún puente que cruce el río? –preguntó Tragón tratando de encontrar por si mismo una solución. –No –fue la escueta respuesta de la tortuga Huga. –Puedo coger carrerilla y... –dijo Tragón sin ningún convencimiento mirando a la pequeña tortuga. –No es una buena idea –respondió la tortuga Huga. El río es muy ancho, no podrás atravesarlo de un salto. –Vale, me rindo –dijo Tragón resignado. Acepto vuestra ayuda. ¿Qué tengo que hacer? –preguntó Tragón. –¡Bien! –exclamaron la mamá y el papá de la tortuga Huga y el canguro Guro, acercándose a Tragón. –No perdamos tiempo. Nuestro Bosque Mágico nos necesita –concluyó la pequeña tortuga Huga. Tragón los miraba sin comprender como iban a cruzar el río. Tres tortugas y un canguro. ¡Hum! –cavilaba Tragón. –Los canguros somos grandes saltadores. Las tortugas son buenas nadadoras. Así que, hemos pensando que... –comenzó a explicar el canguro Guro. –¿Qué? –preguntó nervioso Tragón que presentía no le iba a gustar la solución. –Nosotras seremos como rocas en el río –continuó mamá tortuga. –Y yo, saltaré sobre ellas, hasta alcanzar la otra orilla del río Grande –dijo el canguro Guro orgulloso de poder colaborar. Tragón les miraba. Guardó silencio. Miró al suelo... miró al río... Algo no encajaba. –Ya, pero... el que tiene que llegar al Manantial Mágico soy yo, y en vvuestro plan, no habéis contado conmigo –refunfuñó Tragón molesto, regañando a sus amiguitos. –Por supuesto que hemos contado contigo –respondió pacientemente el canguro Guro. ¿Ves esto? –preguntó el canguro Guro a Tragón mostrándole su bolsa marsupial. Aquí llevo a mis crías. Tú eres pequeñín, seguro que coges. –Así que... saltando de tortuga en tortuga –dijo Tragón mientras reculaba lentamente. Creo que no es una buena idea. Si fallas, los dos nos caeremos al río y a mí me da mucho miedo el agua. Tragón seguía retrocediendo, hasta que... –¡Alto ahí! –ordenó la pequeña tortuga Huga. El canguro Guro no fallará, y nosotras tampoco. Y tú tienes una misión muy importante que cumplir, así que... sube a la bolsa marsupial de Guro, cógete fuerte, cierra los ojos y... Tragón estaba aturdido, asustado... Ni cuenta se dio de que le metían en la bolsa, ni de que las tortugas se ponían en posición lineal en el río, ni... –Vale. De acuerdo. Pero yo no dije que fuera valiente. ¿Empezamos? –preguntó resignado y tembloroso Tragón. El canguro Guro y sus amigas las tortugas, se miraron desconcertados. –¿Empezar? –preguntaron a coro. ¡Pero si ya hemos cruzado! Tragón abrió los ojos. Las orejotas muy tiesas. Olfateando. Mirando de un lado a otro tratando de orientarse. Por fin, miró a sus amiguitos avergonzado. –No me había dado cuenta –dijo Tragón con un hilo de voz. –Esperaremos a que vuelvas con el agua del Manantial Mágico. Ya verás como la próxima vez, no tendrás tanto miedo –respondió el canguro Guro. ¿Próxima vez? –pensó Tragón preocupado. ¡Hum! Tragón emprendió su camino hacia la Montaña Solitaria. Caminó y caminó... Era de noche cuando por fin... Ante Tragón se alzaba majestuosa la enorme Montaña Solitaria. ¿Y ahora qué? –pensó en voz alta. De pronto... –¡Intruso a la vista! –exclamó alarmado el saltamontes Ontes. –¿Intruso? –repitió Tragón mirando a su alrededor sin ver a nadie. Algo le decía que el intruso era él. Asombrado y asustado, levantó las orejotas, las patas delanteras en son paz, y... –¡Escuadrón de mosquitos! Cubran el flanco izquierdo. ¡Escuadrón de abejas! Cubran el flanco derecho. ¡Escuadrón de avispas! Cubran la retaguardia. ¡Escuadrón de saltamontes! Al frente. ¡Y tú, no te muevas! –ordenó el saltamontes Ontes con cara de pocos amigos. Tragón, inmóvil, vio una legión de insectos rodeándole. –Yo... yo... pero es que... Yo no hice nada malo y... –quiso explicar Tragón. –¡Silencio! –le interrumpió el saltamontes Ontes. Tienes que explicarnos muchas cosas, pequeño perrito, así que quiero respuestas. ¿Cómo te llamas? –Tragón –respondió tembloroso. –¿Dónde vives? –quiso saber el pequeño saltamontes. –En el Bosque Mágico. –¿Qué buscas aquí? –continuó preguntando el saltamontes Ontes. –Agua –dijo Tragón mostrando inocentemente su cantimplora. –¿Agua? –repitió el pequeño saltamontes extrañado. ¿Agua para beber? –¿Puedo bajar las patitas? Me canso –preguntó Tragón con mirada implorante, tumbándose en la hierba sin esperar permiso. –¿Agua para beber? –repitió la pregunta el saltamontes Ontes. Y sí, puedes bajar las patas. –Agua para limpiar el río Cristalino. Han vertido agua contaminada en él y el Sabio Rana dijo que el agua del Manantial Mágico era mágica, y...–explicaba impetuoso Tragón. –¿Sabio Rana? ¿Te envía el Sabio Rana? –preguntó con los ojos muy abiertos por la sorpresa el saltamontes Ontes. –Sí –respondió poniendo morritos Tragón. Y Trusky, y Flufy, y Flafy, y muchos animalitos del Bosque Mágico. Todos queremos que el río se ponga bueno. –¿Trusky? ¿La niña que vive en el Bosque Mágico? –dijo el pequeño saltamontes cada vez más sorprendido. –Sí. Es mi amiguita –dijo Tragón orgulloso. El saltamontes Ontes se reunió con sus escuadrones de mosquitos, avispas, abejas y saltamontes. –Tenemos que deliberar –dijo mirando a sus compañeros. Tragón, tumbado en la hierba, esperaba. Después de una larga, larga deliberación... –Eres sincero, así que te ayudaremos. Veamos... –Tengo que atravesar la Montaña Solitaria, pero es muy alta. Puedo rodearla, ¿me ayudaréis? –preguntó Tragón impaciente. –¿Rodearla? Imposible. En el camino acechan muchos peligros... Fosos insalvables, laberintos de los que es imposible salir... –respondió el pequeño saltamontes Ontes. Tragón que escuchaba atentamente, alzó una orejota, cerró un ojo, frunció el morrito... No se puede escalar... No se puede rodear... ¡Hum! ¿En qué estarán pensando? –cavilaba preocupado Tragón. –Existe un camino secreto. Se trata de una gruta que atraviesa la Montaña Solitaria. El búho Flo te guiará. Él ve perfectamente en la oscuridad. Todo lo que tienes que hacer es seguirle –explicó el pequeño saltamontes Ontes. –No te separes de mí. –dijo el búho Flo volando desde lo alto de un árbol hasta posarse delante de Tragón. ¡Allá vamos! ¡Sígueme! Tragón, con las orejas gachas, sin tener muy claro a lo que se enfrentaba, siguió al búho Flo. Entraron en una cueva muy, muy oscura. Tragón, tras el búho, trataba de no perder su rastro. –Búho... –llamó Tragón. –¿Qué quieres? –preguntó el búho sin dejar de avanzar. –Esta gruta, ¿es muy larga? –preguntó inquieto Tragón. –Muy larga –fue la respuesta del búho Flo. Continuaron su camino hasta que... –Búho... –volvió a llamar Tragón. –¿Qué quieres? –preguntó un poco impaciente el búho Flo. –¿En esta gruta viven murciélagos? –preguntó preocupado Tragón. –No lo sé –fue la breve respuesta del búho Flo. Y de nuevo, en silencio, continuaron su camino. –Búho... –llamó una vez más Tragón. –¿Y ahora qué quieres? –respondió molesto el búho Flo. –Es que, tengo miedo porque la oscuridad me da susto, y cuando tengo miedo, hablo para no darme cuenta de que tengo miedo y... –hablaba y hablaba Tragón. El búho Flo guardaba silencio. –¿A ti no te asusta la oscuridad? –continuó Tragón. –Soy un búho. Los búhos somos aves nocturnas. No tenemos miedo a la oscuridad –respondió el búho Flo sin dejar de avanzar en la oscuridad y con tono de pocos amigos. Tragón guardó silencio. Pocos minutos después... –¿Por qué está tan protegido el Manantial Mágico? –preguntó con interés Tragón. –Para protegerlo de los hombres –dijo el búho Flo. –¿Por qué los hombres contaminan el agua de los ríos? Eso no es bueno, ni tan siquiera para ellos que dependen de la naturaleza –continuó preguntando Tragón incansablemente. El búho Flo frenó en seco. El camino era largo. Tragón, no paraba de hacer preguntas y preguntas... –Tragón... –dijo el búho Flo muy serio. Tragón, quieto, rodeado de oscuridad, intuyó que algo no iba bien. –¿Si? –respondió Tragón. –¡Ni una pregunta más! El camino es largo y debemos avanzar rápido. No debes tener miedo, aquí sólo estamos tú y yo. ¿Estás de acuerdo? –dijo el búho Flo enfurruñado. Y sin esperar respuesta, el búho Flo continuó la marcha hacia el Manantial Mágico. Tragón, con el ceño fruncido, le siguió. No puedo hablar, no puedo hablar... –refunfuñaba una y otra vez. –Vale, no haré preguntas, pero ¿puedo cantar? –preguntó inocentemente Tragón. En la gruta se oyó un suspiro. El búho Flo, comenzó a contar mentalmente hasta cien para tranquilizarse. El camino fue duro para el búho Flo. Tragón canturreaba una cancioncilla que enseñaba las tablas de multiplicar. La repetía una y otra vez... y otra, y otra... Por fin... –¡Veo claridad al fondo! –exclamó Tragón. –Sí, estamos a punto de llegar. ¡Por fin! –suspiró aliviado el búho Flo. Dieron unos pasos más y... –¡Oh! –dijo Tragón boquiabierto sin acertar a describir el paraje tan bonito que tenía ante si. Un frondoso bosque, inmenso, de vivos colores... y un gran manantial de aguas cristalinas, surgiendo de la tierra. –Ese es el Manantial Mágico. Ve y coge un poco de agua. Hemos de emprender el camino de vuelta –dijo el búho Flo mirando el bonito paisaje. Tragón, mirando a todos lados sin querer perder ni un solo detalle de lo que le rodeaba, se acercó al Manantial Mágico y recogió un poco de agua en su cantimplora. El camino de vuelta a través de la gruta fue tranquilo. El búho Flo y Tragón, caminaban en silencio, felices, cansados, impresionados por la belleza del manantial... ¡Tragón volvía a casa! Deshizo el camino andado, pero esta vez, iba feliz porque llevaba el agua que limpiaría el río Cristalino. Por fin... –¡Tragón! –corría hacia él, Trusky. Tragón, mimoso, se acurrucó en los brazos de la niña dejándose besuquear. –¡Traigo el agua! –dijo feliz. –¡Bieeeeeeeeen! ¡Viva Tragón! –corearon los animalitos del Bosque Mágico que le esperaban impacientes. El Sabio Rana, ya echaba el agua del Manantial Mágico en el río Cristalino. Gracias a Tragón, todo volvería a ser como antes. En el Bosque Mágico, todo era alegría. –...Y atravesé un río muy grande, muy grande..., y... y... crucé, bajo tierra, una montaña gigante..., y... –contaba Tragón a sus amiguitos. Tragón también estaba feliz. No tenía huesitos de chocolate como premio esperándole, pero la felicidad que veía en las caras de sus amiguitos, era, sin ninguna duda, el mejor premio que podía recibir. ¿Qué más podía pedir? |
FIN |
C. Sánchez - 2010 |