El invierno |
¡Aaaaachís! –Trusky estornudaba sin parar. Había llegado el invierno al Bosque Mágico y hacía mucho, mucho frío. Flufy y Flafy estaban en su camita. Querían ser buenos y no molestar a Trusky. –¡Aaaachís! –continuaba estornudando Trusky. Tragón, preocupado por su amiguita, pensaba en como ayudarla para que no se pusiese malita. Mientras Trusky se acurrucaba en su cama, Tragón, a la carrera, se dirigió al Charco de las Ranas Saltarinas. –¡Sabio Rana! –llamó Tragón. Soy Tragón. Tengo que hablar contigo. –Bienvenido a nuestra casa –dijo el Sabio Rana apareciendo envuelto en una gran manta. ¿Qué te trae hasta aquí? –Trusky tiene mucho frío y estornuda sin parar. Así: ¡Aaaachís! ¡Aaaaaaaaaachís! –respondió Tragón casi sin aliento de tanto como había corrido. ¿Qué puedo hacer? –¡Oh! –se lamentó el Sabio Rana. Este invierno está siendo muy duro. Veamos... –dijo mientras se frotaba la barbilla pensativamente. Tragón esperaba impaciente una respuesta. Muy quieto, con las orejotas en alto, los ojos muy abiertos, miraba sin pestañear al Sabio Rana. Seguro que el Sabio Rana le daría una solución; él lo sabía todo. –Tiene que abrigarse mucho –dijo por fin el Sabio Rana. Una bufanda en el cuello, unos guantes en las manos, un gorrito en la cabeza, unos calcetines gruesos en los pies y en la cama..., una buena manta. Así no tendrá frío y no se pondrá malita. –Ya... Pero... –murmuró Tragón sin entender. Trusky ya tiene todas esas cosas y tiene frío y estornuda. –¡Oh! Se me olvidó un detalle –exclamó el Sabio Rana dándose una palmadota en la frente. Verás, todas esas prendas de abrigo tienen que estar hechas con la lana de las Ovejas Azules. Son unas ovejas muy especiales, su lana es mágica. Proporciona un intenso calor. Tragón ya corría cuando... –¿Adónde vas? –preguntó el Sabio Rana. –A ver a las Ovejas Azules. Trusky tiene mucho frío y no puedo perder tiempo –contestó Tragón ya a lo lejos sin dejar de correr. –Pero, ¿sabes dónde viven? –gritaba el Sabio Rana para hacerse oír. Tragón frenó en seco. –¡Uy! –exclamó Tragón. Se le había escapado ese "pequeño detalle". Cabizbajo, retornó al lado del Sabio Rana. –Las Ovejas Azules viven muy cerca de aquí. Camina hasta el Charco del Agua Caliente, allí encontrarás un sendero. Síguelo. Al final del camino está el Reino de las Ovejas Azules –dijo el Sabio Rana. –Gracias, gracias, gracias –decía Tragón ya corriendo hacia el Charco del Agua Caliente. No tardó mucho en llegar. Hacía frío, así que Tragón pensó que sería una buena idea mojar las patitas en el Charco del Agua Caliente para entrar en calor y continuar el camino. –¡Ay! ¡Uy! ¡Oh! ¡Uffff! –exclamaba Tragón dando brincos. El agua no estaba caliente, ¡estaba helada! –¡Qué frío! ¡Ufff! –tiritaba Tragón castañeteándole los dientes. Charco del Agua Caliente, Charco del Agua Caliente... –refunfuñaba Tragón mientras corría hacia el sendero. De pronto... –¡Aaaaaaaalto! ¿Quién va? –preguntó muy enojado un saltamontes. Tragón paró en seco. Buscó con la mirada a quien había hablado, daba vueltas y vueltas buscando y... Era un pequeño saltamontes y estaba ¡encima de su hocico! Estuvo a punto de dar un alarido y escapar. Los saltamontes le daban mucho miedo, pero pensó en Trusky y... –Soy Tragón y busco a las Ovejas Azules. Viven al final de este sendero –contestó Tragón asustado. –¿Sendero? –exclamó un saltamontes muy, pero que muy enfadado. Este no es un sendero cualquiera, es el Sendero de los Saltamontes. –¡Eso es! –dijo otro saltamontes más grande, con énfasis. Es el Reino de los Saltamontes. –¿Ya puedo pasar? –preguntó Tragón, que solo quería llegar al Reino de las Ovejas Azules. –Nuestro Reino solo puede ser atravesado mientras dormimos la siesta para que no nos pisen –dijo solemnemente un saltamontes pequeñito. –¿Y cuándo es la hora de vuestra siesta? –preguntó Tragón frunciendo el ceño, impaciente. Así nunca conseguiría lana mágica para Trusky y mientras tanto, su amiguita tenía frío. –¿Hora? ¿Qué hora es? –se preguntaban unos a otros. No sabemos que hora es. ¿Tú sabes qué hora es? –preguntó un saltamontes preocupado a Tragón. Tragón mojó un dedo, lo alzó, levantó una orejota, miró al cielo y... –Es la hora de vuestra siesta –dijo con los ojos cerrados deseando que los saltamontes le creyesen. –¡A dormir! ¡Es la hora de la siesta! –gritaban los saltamontes. Tragón abrió un ojo..., luego otro... Ni rastro de los saltamontes. Se lanzó a la carrera por el sendero en busca de las Ovejas Azules. Por fin... Con la lengua colgando, casi sin aliento... –¡Holaaaaa! Soy Tragón –gritaba Tragón ya muy cerca del rebaño. Las Ovejas Azules dieron un paso atrás. ¿Quién era aquel perro que corría como un loco hacia ellas? Asustadas, formaron un corro, listas para defenderse. –Hola Ovejas Azules –dijo Tragón ya frente al rebaño. Soy Tragón y necesito un poco de vuestra lana mágica. –¿Nuestra lana? –exclamó enojada una Oveja Azul. Nuestra lana es nuestra; estamos en invierno y hace muuucho frío. –Sólo necesito un poco. Tengo que hacer una bufanda, unos guantes, un gorro, unos calcetines y una gran manta –dijo Tragón tratando de no olvidarse de nada. Las Ovejas Azules le dieron la espalda. No iban a darle su lana. –No es para mí. Es para Trusky –insistió Tragón. –¿Trusky? –preguntó con interés una Ovejita Azul. ¿La niña que vive en el Bosque Mágico? –Sí. Soy su amiguito. Trusky tiene frío y estornuda mucho. Así: ¡Aaaaaaachís! ¡Aaaaaaaaaaaaaaachís! –dijo Tragón. Las Ovejas Azules formaron nuevamente un corro. Habían oído hablar de Trusky y de sus amiguitos... En el Bosque Mágico todos los animalitos los querían y respetaban mucho. Hablaron y hablaron... Todas las Ovejas Azules quisieron dar un poco de su lana. Poco después, una de la ovejitas salió corriendo, pero no tardó en regresar. Venía acompañada de una enorme legión de arañas. –¿Arañas? –gimió Tragón cogiéndose las orejotas. De un brinco, saltó encima del lomo de una de la Ovejas Azules. Se agarraba a ella con sus patas, con las orejas... –No tengas miedo –le tranquilizaba la Ovejita Azul. Hemos hablado con las arañas, son muy buenas tejedoras. Intentarán tejer las prendas que necesita Trusky. Tragón callaba y seguía sin bajar del lomo de la ovejita. Al rato... –Pesas mucho –se quejó la Oveja Azul. –No. Soy pequeñín. Soy muy ligero, casi como una pluma, y tú eres fuerte. ¿A qué puedes conmigo? –preguntó Tragón zalamero sin bajar al suelo porque las arañas le daban miedo. Tic, tac, tic, tac... –Pesas mucho –repitió la Oveja Azul frunciendo el ceño. –Quieres que te cuente un cuento? –preguntó Tragón tratando de distraerla. –O bajas o te bajo –dijo la Oveja Azul muy enfadada. –Ya bajo, ya bajo... Pero eres una quejica, yo peso poco –refunfuñó Tragón saltando al suelo. Por suerte, las arañas ya habían terminado de tejer las prendas y regresaban a su Reino. –¡Qué bonita! –decía una Ovejita Azul mirando la bufanda que las arañas habían tejido. –Rápido, rápido. Hay que hacer un hatillo con todas esas prendas. Tragón tiene que llevárselas a Trusky –apremió la Oveja Azul que estaba al frente del rebaño. Tragón, con el hatillo de ropa en su lomo, trataba de avanzar pero era mucho peso para él. –Un pasito... dos pasitos... tres pasitos... –iba contando Tragón. Tragón estaba exhausto, sin fuerzas, y apenas había comenzado el camino de regreso a casa, pero pensaba en su amiguita y... –Setecientos cinco pasitos... Setecientos seis pasitos... –continuaba caminando y contando Tragón. Por fin... –¡Flufyyyyy! !Flafyyyyy! –llamaba Tragón ya muy cerca de casa. Sus amiguitos, el gatito Flufy y su hermanita Flafy, corrieron a su encuentro y le ayudaron a llevar a casa las prendas de abrigo de Trusky. –Mira... unos guantes, y... y... una bufanda, y... –decía Tragón ansioso mientras le enseñaba a Trusky lo que le había llevado. Trusky estaba muy contenta. Ya no tendría frío gracias a Tragón, y a las Ovejas Azules, y a las arañas, y al Sabio Rana... –¿Me vas a dormir en tu cuello y me vas a tapar con la manta de lana mágica? –preguntó Tragón mimoso bostezando. Estaba rendido. Había caminado mucho. Trusky acurrucó a sus amiguitos en sus brazos y los tapó con la manta. Cuando despertasen, les esperaba una bonita sorpresa. Las Ovejas Azules habían pedido a las arañas que tejieran una manta para Flufy, Flafy y Tragón, y éstas, encantadas, tejieron unas bonitas mantas para los amiguitos de Trusky. Ahora podrían dormir calentitos todo el invierno. |
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FIN |
C. Sánchez - 2006 |